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Pequeñas historias de amor: ‘Tienes que dejar que tu instinto te guíe’

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Pequeñas historias de amor: ‘Tienes que dejar que tu instinto te guíe’
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La palabra “amor” no estaba en su vocabulario. Los abrazos lo pusieron tenso. Criticaba a sus hijos, pero se jactaba de nosotros ante los demás. Cerca del final, me senté en su habitación del hospital, trabajando mientras él dormía. Levanté la vista y lo encontré mirándome con los ojos nublados. “Me gustas mucho”, dijo, luchando por hablar y respirar. Me reí y luego lloré al darme cuenta de que nunca escucharía las palabras que había estado esperando. Sólo mucho después comprendí que sí. — Gila Silverman

Vemos llamas desde nuestro porche. No hay evacuación obligatoria… todavía. Pero mi marido y yo estamos de acuerdo. Preparémonos. Llevo el álbum de bodas de mis padres. Mi obra mecanografiada que sólo existe en papel. Exploro estantes, cajones, armarios. Hojeando cartas de amor y documentos legales. ¿Por qué esto y no aquello? Más allá de los aspectos prácticos, debes dejar que tu instinto te guíe. Mi marido enjaeza a nuestro perro. Nuestro gato está dormido. “Déjalo en paz”, susurra mi marido. Nos sentamos a esperar. Perro meneándose a un lado. Gato ronroneando por el otro. Correa y estuche de transporte listo para recoger lo más valioso. — Rochelle Newman-Carrasco


Nos sentamos uno frente al otro en un café en Indianápolis en mi 50 cumpleaños, sin idea de lo que vendría. Éramos dos hombres homosexuales que en conjunto habíamos pasado más de cuatro décadas casados ​​con mujeres. Ojalá pudiera volver atrás y tener nuestra conversación de nuevo. Le susurraría que iba a ser suya y sólo suya. Dile que en sólo cuatro días estaríamos locamente enamorados. Que en dos meses estaríamos comprometidos. Que en ocho estaríamos casados, hasta que la muerte nos separe. — Mateo Bahías

En la escuela, mi amiga estaba hablando con un chico que no había conocido antes. Decidí presentarme. Cuando le pregunté su nombre, respondió: “No te preocupes”. Confundido, más tarde le pregunté a mi amigo sobre la interacción. Ella dijo: “Si llegas a conocerlo, él te lo dirá”. Semanas después, los escuché hablar nuevamente y ella se dirigió a él por su nombre. Armado con esta valiosa información, me acerqué sigilosamente a ellos y también me dirigí a él por su nombre. Horrorizado, preguntó: “¿Cómo sabes mi nombre?” Le dije: “No te preocupes por eso”. (Ahora que nos conocemos bien, los tres somos amigos). Kaitlyn Borbón

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